Cuando tenía como siete años, me gustaba ir a una pequeña sección en el parque hundido llamada “Jardín de Música” o algo parecido. Trato de recordar que música ponían exactamente, no puedo, algo clásico, seguramente Mozart o a Haydn.
Me trepaba a unos enormes asientos esféricos y me hundía por completo en ellos pensando que estaban hechos del mármol más blanco y refrescante. Pasé algunos de esos momentos de inigualable y efímera alegría infantil y no regresé.
Hace un par de años recordé este lugar y fui a verlo, con grandes esperanzas.
No fueron colmadas, un edificio dilapidado, unos matorrales y unos diminutos asientos esféricos de plástico blanco donde no me cabía el trasero... no había música.
Sin duda todo tiene su lugar en el tiempo apropiado… tal vez...
Estoy re-leyendo el lobo estepario, algo así me pasó, como con los asientos gigantes de mármol. Ya no estoy aprendiendo postrado a sus pies. Ahora soy yo mismo un pequeño lobezno caminando cabizbajo hacia la estepa.
Todavía me sorprende con su brillo, le dice Goethe a Harry:
“Hijo mío, tomas demasiado en serio al viejo Goethe. A los viejos, que ya se han muerto, no se les puede tomar en serio, eso sería no hacerles justicia. A nosotros los inmortales no nos gusta que se nos tome en serio, nos gusta la broma. La seriedad, joven, es cosa del tiempo; se produce, esto por lo menos quiero revelártelo,
se produce por una hiperestimación del tiempo. También yo estimé demasiado en mis días el valor del tiempo, por eso quería llegar a los cien años. En la eternidad, sin embargo, no hay tiempo, como ves: la eternidad es solo un instante, lo suficientemente largo para una broma.”
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