jueves, 4 de octubre de 2007

San Antonio 3


Rosa, quién más si no, salió de sus cavilaciones cuando el vapor producido por una tetera de la década de los 40's (de la azules con puntos blancos) provocó un ruido que pudo ser un silbido en mejores épocas. La salita de estar que componía uno de los cinco espacios en su casa era el más grande de todos. De apenas unos pasos en cualquier dirección, dibujaba un laberinto con los sillones. Viejos como todo lo demás, habían sido diseñados para un lugar más grande, la casa de su madre. El lugar donde nació. Cruzó el cuarto y en unos segundos se encontró en la cocina apagando la estufa. Tomó de la despensa una taza y una lata de café soluble.

Nunca había tenido problemas para dormir. Hasta hace dos años. Porque todo cambió y aunque el cansancio fuera terrible, el sueño comenzó a ausentarse. Al principio se tardaba pero lograba el descanso prometido por la oscuridad. Después se despertaba a la mitad de la noche, en completa vigilia. Comenzó a comprar libros. En su trabajo vio un puesto donde leyó títulos que le sonaban conocidos. Julio Verne, 'La Vuelta al Mundo en 80 Días' fue el primero. Recordaba haber visto una película de Cantinflas que se llamaba igual. Compró doce libros en total. Aunque sólo los hojeara durante horas valía la pena por esa página, llena de voluntad, bien leída cada varios días. No olvidaba colocar el libro de forma vertical para ver cuando había avanzado el separador con respecto al grueso total, varias veces.

Alzó la taza que contenía el agua hirviente mezclada ya con la ahorradora media cuchara da de polvo. Dio varios sorbos pequeños seguidos por uno particularmente grande. Con la boca llena de café saboreó todo lo que pudo. Sabía que iba a ser una larga noche después de la revolución que se había suscitado en su mente hacía unas horas. Pero ya no quería pensar y mucho menos quería sentir esa frustración que la aquejaba todas las noches por el cansancio sin pago debido. Volvió a saborear una vez más antes de pasar el amargo trago. Se acomodó en el mayor de los sillones manoteando para alejar el polvo expulsado. Equilibró la taza en el descansabrazos del lado derecho y estiró la otra mano, no mucho, hacia la otra orilla del mueble. Tomo su última adquisición por una de las hojas centrales que sobresalía por la mala calidad de imprenta. 'Romeo y Julieta' era el título. Se dejó llevar por el movimiento hasta posar su cabeza sobre el otro extremo del sillón.

El ruido de la taza al romperse despertó a Rosa. Se levantó bastante mareada. Mientras recogía los trozos de lo que era la taza notó un sumbido en su cuarto. Al abrir la puerta distinguió el sonido de su radio despertador. Vió la hora en luces rojas; las 4 am. Sin pensarlo dos veces Rosa corrió al baño y se echó agua en la cara, trató de arreglarse el peinado y corrió a la salita. Tomó su suéter blanco y salió a la calle.

- Hoy me voy por abajo, dijo para si misma.

Tomó una combi en la esquina de la unidad que le llevaría a la estación del metro Indios Verdes. En el trayecto continuó pensando en lo que había pasado ayer, la visita, el espasmo y la paz. No entendió la paradoja de su subconsciente. No dejó ni un minuto sin ver el reloj de su compañero de viaje que olía mucho a loción. Abordó el tercer vagón. A pesar de la incomodidad y los tirones en todas partes de su cuerpo nada la pudo distraer de la fija mirada que un señor con boina gris y bigote cano posaba sobre sus ojos. Durante lo que solamente pareció el reflejo de una lámpara fluorescente el rostro con la mirada fija se convirtió en Don Atanasio que le sonrió. Cuando la comisura de sus labios comenzaba a abrirse otro destello le mostró otro rostro, diferente, áspero, de rasgos pétreos. Asustada volteó hacia el niño que lloraba y su madre que lo ignoraba.

A las 5.13 y después de dos transbordos llegó a la estación Polanco, que llevaba 20 minutos con una sola taquilla abierta.

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