martes, 9 de octubre de 2007

Sn Antonio - Capitulo IV: La Muerte Desinteresada

Sentada dentro de un vagón, su oído, órgano involuntario (como su corazón), continuó con la labor de recolección de miles de conversaciones simultaneas, algunas definidas, en combinación o solas. Una tarea de horas que reportaba informes secretos, aún para ella misma. Más allá del murmullo, como parte de su misma esencia, se entrelazaba una melodía con un poder de ingravidez irresistible que la transportaba fuera del mundo. A una muerte sin pensamiento, una desesperación que se transfiguraba en tranquilidad, pero siempre con la melancolía de la inexistencia.

Así, flotando entre esas nubes, daba trámite a la rutina. Llegar a ese ancho edificio gris, mostrar su gafete, subir las escaleras oscuras y atravesar el umbral, que revelaba la insoportable visión de un laberinto de cubículos y la desarmonía de un nuevo murmullo que la arrancaba de las manos de la ingravidez. Sintió algo muy parecido al pánico e incapaz de sobrellevarlo, cambió el ángulo de sus pasos y continuó.

Abrió una nueva puerta y se introdujo a su santuario blanco-amarillento, evitando verse en el espejo. No por lo que Rosa llamaba “su deformidad”, si no por evadir otra serie de complicaciones, que de contar con mejores argumentos llevaría el nombre de cliché. Librando el acertijo del espejo, se le otorgo el paso a otro, mucho más confinado y sagrado, santuario.

Una vez más sentada, pero esta vez en el regazo de su santuario, miró el reloj y resolvió que podría estar ahí unos buenos quince minutos sin peligro. Sistemática y profesionalmente se sumergió en sus pensamientos para cuantificar su meta. Una actividad que realizaba diariamente y que sin duda le ayudaba a llevar a cabo el dificilísimo “un día más”. En su cabeza se sumaron días meses días años cheques, revisó nuevamente el reloj… esta actividad le restó al menos cinco minutos. Sin embargo, volvió a hacer todos sus cálculos con mucho más cuidado y mayor precisión.

Sintió unas gotas chapoteadas que refrescaron sus nalgas. Miró el reloj. Sacó su celular del bolso de mano y navegó hacia el registro de llamadas que llevaba algunos días inmóvil, deteniéndose en cada uno de los escasos números que había recogido su aparato.

Casi sin querer su mente naufragó hacia esos pensamientos que no debían ser pensados, no ahora. Sacudió su cabeza y miró el reloj.

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